El Fracaso como fuente de cambio

La pregunta más común referida a educación en una mesa hoy es ¿Qué les pasa a los chicos que no aprueban materias? Es como si llevarse materias a rendir y quedarse de curso fuera un deporte que hoy todos practican.

Y en esa pregunta o en esa afirmación ¿dónde nos ubicamos padres, docentes, eruditos de la educación y la sociedad toda? Hay una falsa creencia que aquel que FRACASA en la escuela, lo hace sólo bajo su entera y absoluta responsabilidad. Quizá deberíamos agregar entonces estas preguntas ¿por qué, para qué y para quién fracasa? ¿A quién está dirigido ese mensaje que pocos pueden vislumbrar en él? Y en todo caso, si se trata de un mensaje y tiene un receptor que lo lograra interpretar y actuara en consecuencia ¿podríamos llamarlo FRACASO?

Tenemos que tener presente que nuestros hijos cuando asisten a las escuelas se enfrentan a las más variadas situaciones; que como adultos ya casi no logramos imaginar, deben integrarse a un grupo y ser aceptados. De no suceder esto los aprendizajes pasan a segundo plano; y la preocupación central del alumno pasaría por saber cómo será molestado al día siguiente al llegar o retirarse de la escuela.  En este caso, puede estar el hecho, de no pasar de curso, para que quienes lo molestan, pasen de año y así, no tener que verlos más. En este caso el fracaso tiene su lado positivo para el alumno, que intente liberarse de esta situación en particular.

Otro caso, es cuando los padres nos ofrecemos, como modelo de perfección, repitiéndoles constantemente, que éramos excelentes alumnos, que jamás nos dábamos el lujo de fracasar. Algo que en la mayoría de los casos no es real sino fantaseado.  Que sucede, entonces, cuando un niño que tiene dificultades de aprendizaje y se debe enfrentar a un modelo de perfección, que, de alguna manera, demanda de ellos esa excelencia que es total y absolutamente.

Estas distancias que generamos y producimos, solo hacen que nuestros hijos sientan que tienen padres inalcanzables y así dejan de intentar identificarse con esa figura endiosada, a quién sienten que nunca podrán igualar y por consiguiente terminan convirtiéndose en aquel de quién nadie espera nada o espera lo peor.

Comencemos a pensar en el fracaso como un mensaje que nos están dirigiendo, para replantearlo como fuente de cambio y algo positivo que genera que nos sinceremos con nuestros hijos, los miremos de frente y compartamos experiencias tan reales, que por ello se transforman en placenteras.

Licenciada Roxana Celeste Dib

 

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